Colgados

Bueno, lo de Talla y Riky colgados fue un desastre, tal y como me lo suponía. No solamente empezaron a gritar de dolor, es que no eran capaces de mantenerse colgados un minuto. "Bajadme, coño, ¿no véis que estoy sufriendo?" gritaba patético Tallafé, mientras Riky se moría de miedo porque el cable se había enganchado y le había dado un tirón, y su rostro se descomponía de dolor, por el esfuerzo que tenía que hacer con la espalda.

Lo de Riky era más terror sobrenatural a la altura y al vértigo, mezclado con su propensión a la angustia por realizar actividades físicas extremas. No olvidéis que un día se me desmayó. Además Riky es especial, porque Riky, digamos, está conectado a diferentes dimensiones de sensibilidad extrasensorial. Por eso sufre mucho con estas cosas, porque siente más que los demás. Su energía interpretativa, como buen alumno del profesor Xavier que es, la consigue de un extraño ritual primigenio, un arcano pacto indio que hizo con las fuerzas primordiales cuando era niño. Por eso todo esto de estar colgado de cables no le mola, porque es antinatural.

Sin embargo el caso de Tallafé es más complejo, si cabe. Tallafé es como un animalilllo silvestre, como una ardilla, como una mofeta risueña del bosque. Esa circunstancia puede ser maravillosa unos días, porque consigues tomas frescas y divertidas, como si rodases con Tambor, el amigo de Bambi. Otros días sin embargo, literalmente no da una, y lo único que te apetece hacer es dispararle con una escopeta de cartuchos al maldito conejo ése.

Unos días pienso que es una bendición que me ha dado Dios. Parece que Dios pensó: "Alex, tu vida va estar sembrada de dolor y angustia. Toma a Tallafé, es un regalo que te hago para que tu calvario sea más liviano". Pero ayer fue como si Dios dijera; " Alex, te mando a Tallafé, el mayor de los anormales de este mundo, como justo castigo por tu desmedida soberbia". Cuando vio que le sustituía para rodar a los astronautas de espaldas, porque ellos no eran capaces, le dió exactamente igual, esas cosas no le afectan, ni siquiera le atañen. Se fue recién duchado, alegre y feliz, dispuesto a arruinarme cualquier otra escena con esa inocencia que caracteriza a los santos y a los idiotas. Con seguridad, con aplomo de saberse ajeno a todo. Como si nosotros intentásemos hacerle responsable de que llueva, o que acabe el verano. Es indestructible, es puro, como las montañas nevadas, o la peste bubónica.

Lo terrible es que sigo queriéndole, y aceptándole como es. Algún día acabará conmigo, y cuando me encuentre en el suelo, desangrándome, y él se agache con la pistola aún humeante, no podré evitar mirarle con una sonrisa.